miércoles, 3 de octubre de 2012

La tenista de Lares

Su origen se remonta a siglos de la colonización, porque su preciosa piel reverbera el color de la perdiz montaraz. Desciende de la india Guanina, cuyo amor era un soldado de las huestes del imperio español. Tuvieron encendido romance bajo la ceiba centenaria en los predios de Quebradilla.
De aquel voluptuoso ensueño provienen sus ingredientes genéticos y étnicos.

Sus grandes ojos rememoran los de una virgen árabe o quizá las pupilas de Nefertiti, la soberana belleza egipcia que iban en los genes del capitán ibérico.

Su cabello es hermoso. No sólo por su belleza, sino también, porque cuando es aún de día, evoca las sombras de las noches que a través de tantas centurias cobijaron a los amantes y salvaron las vidas de soldados en campañas y esas noches ayudaron a otros a adelantar sus objetivos. Su cabello como una oscura sombra de la noche brilla porque parece que en su cielo nochesco arden astros fulgurantes, que pueden encender las pasiones de quien la roce con su faz.

Su sonrisa es enigmática como Mona Lisa de Leonardo da Vinci. Sus labios tienen la brillantez del ágata de Calcedonia.

Como tenista es el as femenino de nuestra villa de Lares. Ella cuenta con brazos legendariamente fuertes, sin embargo, las manos y el cuerpo poseen la ternura de Platero del poeta andaluz. Cuando azota la fosforescente bola parece llevar una estela de llamas.
También su espíritu es una flama de luz sentimental, Raquel.



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