domingo, 30 de junio de 2013

El sueño de los nños

Ya Moncho Miranda dormía con sus niños en su casucha, cuando los ladridos de los perros de doña Flora, ahuecaron el monte que se hacía sentir en la noche silenciosa. Los chicos, echados en el fondo de la cama, sentían la noche como un viaje al espacio sideral. Se vieron navegando en un tiriguibi sobre un arroyo de aguas azules. El tiriguibi tomaba ligereza casi volátil al impulso de la brisa. Era una tarde clara y, Popo el carpintero de los pobres, pescaba camarones con un cordoncillo atado a una varita de guayabo. Cuando se acercaron a Popo fondearon el tiriguibi y acompañaron al carpintero, hasta su humilde casa donde el hombre fijó unas hojas de zinc. Trepados en lo alto del techo, miraron al cielo que lucía tan plateado como el zinc. De pronto todo aquel reflejo cegador, era efecto de los pedacitos de espejos con que se hacían maldades enfocándolos hacia el sol. Siguieron impertérritos lanzándose al fondo del espacio en el columpio que pendía del árbol de mangó. Aquellos reflejos que lastimaban sus ojos, ahora destellaban en la bandeja repleta de dulces de cocos tetraedros que Tito Luciano voceaba. Tuvieron en sus bocas la urgencia de probarlos. Sólo tenían una moneda de un centavo. Parecía un botoncito de cobre entre sus dedos. Le indicaron a Tito Luciano que era un centavo auténtico. Tito se resistía a ceder el dulce. La golosina se hacía más grande, más apetitosa. La moneda no lo era, era un botón de alguna camisa.
            -- Con que botón, ¿ verdad ?
            -- ¿ Botón ?
Y miraron la mano, era un centavo justo. Tito lo comprendió perfectamente, alargó su mano sosteniendo el enorme dulce de coco. Qué pena, la moneda sonó como canica sobre cristal y cayó por las rejas de la alcantarilla.

Cómo bajaba el agua desde casa de Ezequiel y se escurría toda por la alcantarilla. Ezequiel el zapatero, cortaba el cuero con su afilada lezna muy cerca de su abdomen para dar forma a la suela de la babucha. En la casilla o taller de zapatería de Ezequiel sólo cabía él solo. Mascaba tabaco y, a veces, por escupir, echaba al piso algunas puntillas que sujetaba en sus labios.
El silencio de la tarde era profundo y envolvente, que se identificaba a las personas por sus pasos : adiós Marcial, decía Ezequiel antes de que la figura apareciera por el umbral de la puerta. Marcial seguía su camino, con su lima en el bolsillo trasero su sombrero oscuro y magullado, aceptando el saludo sin haberlo contestado.

Los perros de doña Flora, más allá de la ciénaga de los juncos, al otro lado de la quebrada de don Gelo, hundían sus ladridos, guaubalando la espesa noche sombra del sueño.
        -- Es hora de lavarse los pies, " misijos " -- y les trajo, Clotilde, una palangana de agua con una hoja de ruda moviéndose en las olas.
El verde de la hoja contagió toda el agua y, los niños sumergieron en ellas sus pies.
Sintieron congelarse, pero el agua estaba tibia.

Los niños todavía soñaban cuando Moncho les cubrió con la raída cobija. Cerró una hoja de la ventana porque el sereno ponía burbujas en las mejillas de los chicos.

Ambos sacaron los pies de la palangana y quedaron teñidos de verde. Cuando Clotilde los secó el paño tornóse también de verde. Así estaba el pueblo, todo de verde y de espesa maleza. Ellos en giro sobre la inventada machina del Flaco Molina.
Al vuelo de la machina, dominaban una visión panorámica del pueblo. En cada vuelta veían un punto distinto : el garaje de don Fonso, Las cuarenta, la Vega, La casa, La chorra. En una de las vueltas vieron con horror, cómo unas palas mecánicas asolaban el garaje de don Fonso, arrasaban Las cuarenta, La chorra y, vertían vuelcos de tierra roja sobre los demás lugares comunes.

jueves, 20 de junio de 2013

Golondrinas y campanas

Lares 1948

Un niño de diez años, junto al tamarindo sagrado, miraba ensimismado a las golondrinas revolotear y lanzarse en picadas y volver a enfilar hacia lo alto dibujando círculos concéntricos. Volaban por instantes haciendo equilibrio en el espacio y se lanzaban raudas a ras de la calle frente a la vieja plaza. Le entretenía ver cómo aparecían tantas a sobrevolar la bóveda de la iglesia en el instante en que sonaban los tañidos de las campanas, temblorosos y claros como sonidos de cristal. Mientras más golpes broncíneos estallaba el badajo de aquellas antiguas campanas, tanto más golondrinas tupían el espacio alrededor del campanario. Aquello era el rito de las golondrinas. El sueño de las golondrinas es volar y jugar. El pelícano vuela, pero es persistente en la búsqueda del pez.Los mozambiques son glotones aunque muy diestros planeadores. El pitirre es enamorado de otear el paisaje, pero se la pasa en el ápice de la palma real y los alambres eléctricos. En cambio las golondrinas vuelan y juegan, pero no comen. ¿ quién ha visto a las golondrinas picando bocaditos sobre alguna golosina ? Es el ave asceta del espacio.

Los sacerdotes hastiados de la penetración de bandadas de golondrinas en el el interior del templo, adaptaron un enorme velo de muselina a la puerta principal de la nave delantera de la iglesia.

Un hombre se acercó al niño y, trajo en sus manos, una escoba. La blandía al aire como una graciosa bailarina de música. Al niño le saltaba el corazón de alegría, al ver las golondrinas que caían de sopetón sobre la pelusa de la escoba. Mucho tiempo agitó el hombre la escoba y las oscuras aves lanzándose como aviones japoneses sobre el objetivo. Aquel espectáculo arrancaba carcajadas al párvulo.

No es preciso saber cuándo ocurrió, pero hubo un momento en que las campanas sonoras y antiguas declinaron de doblar. Luego,las tradicionales golondrinas desaparecieron así como las de Bécquer se alejaron para siempre de aquella pareja de enamorados.

sábado, 15 de junio de 2013

Mi Pequeño San Juan

Bares de Lares

De  momento surge como una revelación
turística en la tradicional calle
que guarda los pasos de las generaciones idas.

En el interior, al fondo, se destaca
un camello cuya gibosidad
es circundada por el destello
de un halo de penumbrosa luz.
Y evoca la imagen sobre las cálidas arenas
del África crepuscular.

Hay también, unas diminutas ánforas
transfiguradas mágicamente en notas musicales,
sobre cuerdas lineales
simulando un melodioso pentagrama,
que da origen a una música
anhelada.

Otras ánforas mayores
recuerdan las de tiempos coloniales,
que apresaban las frescas aguas
sosegadas a la tarde hogareña.

Una cristalería de copas volcadas
penden en la atractiva barra,
como escanciadas ya de vino añejo.

En la pared
de la otra ala del recinto
del " bistro "
se exhibe una galería de interesantes fotos.
La misma barra se identifica
con nuestras raíces
al ofrecer en sitios destacados
retratos de próceres y patriotas,
que nos ungen con su respetabilidad.

Voces, conversaciones,
días para la juventud,
bohemias.
exquisita y variada gastronomía.

las noches de Mi Pequeño San Juan,
agradan al corazón.
Nos acogen las amables
atenciones de nuestro amigo Iván.

miércoles, 12 de junio de 2013

Despedida

"¿ Quién nos volvió al revés, para que siempre,
por más que hagamos, tengamos el gesto
del que se marcha?
Igual que éste, en el cerro último
que le muestra el valle entero
otra vez, se detiene y se demora; 
así vivimos, siempre en despedida".
                   Rainer María Rilke

En un tiempo debí haber muerto :
porque otra vida vivo.
Sólo la humedad de cierzo
penetra en mi cobija.
Si pudiera ver las hojas,
la esfera de tenue amarillo
y los ojos de las piedras
en el fondo.
Entonces descifraría 
las hojas del yagrumo
en adiós
y, no me dolería tan abismal esta muerte.



lunes, 10 de junio de 2013

Acuarelas de un pueblo provecto

Tomado del libro Ciudadanos de Lares, de Carlos Mercado.

" Todo hombre comparte, sin embargo, su estructura mental con otros, con los que por la historicidad de su esencia está ligado. Una comunidad lógica es para él su propia familia, su pueblo o ciudad, su país o clan, su nación. Todas estas comunidades sobresalen de otras por una cualidad típica, y están, por lo tanto, configuradas externamente por un característico estilo colectivo. Todos estos estilos están impregnados por el estilo de época. Hay que asignar todo ello no a una comunidad regional sino a otra delimitada por el tiempo : la comunidad de época ". (Walter Falk, Impresionismo y Expresionismo, ps., 28- 29, edt. Otto Muller, de Salsburgo, 1961 ).

La carretera, tan negra y acerada como toba del río. Se tendía sobre el pueblo igual que oscura correa sujeta a la cintura del hombre. Al cenit, parecía elevar al espacio su espíritu en efluvio de tenue temblor de neblina. Los pies descalzos de los hombres más acostumbrados, saltaban de punta y de talón, de talón y de punta al contacto con la brea incandescente.
La carretera como un río de aguas en la noche, guardaba en ella la pedrería de hojalata, tesoro que había ido acumulando en su lecho a través del tiempo : herraduras que los viejos y cansados caballos soltaron como un destello de sus pezuñas y que el trajinar y el sol se ocuparon de hundirlas, chapitas de gaseosas, herraduras de zapatos, botones de nácar, canicas, alguno que otro carrito de metal, que un niño vio aplastarse bajo los neumáticos de un auto y que fue su quiebra en el haber de sus juegos. Al cenit, fulguraba la pedrería como astros de la calle. Esta carretera, la única del pueblo, era ligeramente arqueada y en sus longitudes laterales comenzaba a carcomerle las piedras de la orilla auxiliadas por la lluvia y la menuda taladrante hierba. Cerca de allí se asomaban las casas de maderas.
En las mañanas áureas se podía oír desde todas las casas el repicar de los cascos de los caballos como campanas ciegas cuyos sonidos no iban más allá de su impacto. La calle hacía, entonces, presencia en cada hogar y, si alguien lavaba su rostro con agua de sol en una palangana, dejaba de escuchar el chasquido de cristal quebrado en sus manos y, auscultaba en sorbos de aire el tac-tac-tac de pezuñas sin herrar de las bestias cabizbajas.
Por aquella vieja calle de brea se caminaba y se paseaba. En ella jugaban los niños y los hombres, con trompos y el juego de los cocos secos. Un hombre asía firmemente en sus manos, un coco seco previamente desollado, el otro hombre lanzaba un rudo golpe con su propio coco, muchas veces quebrando de tal forma al de su adversario, que brotaba el agua con ímpetu tornándose sus manos en un fugaz surtidor. El coco abierto al istante mostraba la blancura andina y apetitosa. Los niños arremolinados se disputaban la nívea pulpa.

Al caer la tarde, cuando ya se había agotado la actividad del día, el crepúsculo ungía el pueblo de oro viejo. En ese momento iban llegando los hombres a la carretera. Unos sentados en la superficie, otros en cuclillas, los más de pié, conversaban aquellos temas ininteligibles, de tantas carcajadas y ademanes hasta que las voces eran parte de la atmósfera y lazo fonético entre la calle y la noche.

Al otro día, mientras la mujeres barrían con aquellas escobas de fibras de maguey y tortuoso palo nativo, el sol barnizaba las murallas del cementerio-- con diseño del Arco del Triunfo de Francia-- color de hojas secas. Entonces, se oía un chirrido metálico monorrítmico y algo que al girar daba tumbos, chillido de eje y rueda. Se percibía un estrépito de adrales presionados por rebosante carga de plátanos, acompañados del pregón del verdurero. Entonces, como un aparecido, Moncho Miranda, regalo de la carretera, ofrecía a las mujeres sus plátanos de a tres centavos. Los calzones de Moncho, bajaban muy largos y ocultaban sus zapatos " Sundial". El ruedo arrastraba el polvo y la menuda arenilla de la calle, confundiéndose en su apariencia negruzca con la brea. Moncho MIranda era hijo de la calle. Las mujeres esperaban su llegada día tras día, el chirrido de eje y rueda alertaban el sentido de la cocina. Un día lo vi sentado sobre un saco de arroz en una triste tienda de la calle. su barba de tres días eran finos dardos de oro. Me causó extrañeza verlo allí. Moncho era de la carretera.

Los almendros de Barranco creaban las sombras más gráciles y delicadas de la calle.Se posaba aquella ilusión de frondas como alas de gigantescos mozambiques. A veces, las casas arrojaban sus siluetas a la calle; pero eran sombras rectangulares, moles de sombras sin gracia. En cambio las sombras de los almendros eran el espíritu de las nubes. Las sombras almendrales alargábanse sobre la calle para atemperar el oro del sol que abrasaba su lomo. En el atardecer desaparecían. Con la llegada del crepúsculo sobre las copas de los almendros montaba una galería de cuadros surrealistas.

La calle tomaba ternura cuando una vez al año, un tropel de niños se arremolinaban en un punto de partida. Cada uno sostenía un envase de cristal. Estaban a la espera del comienzo del evento anual. Se lanzarían calle arriba sacando como a las conchas las perlas. Extraían herraduras que soltaban los zapatos para limpiarlas y venderlas al zapatero Chago Vieras. Les tomaba tiempo llegar al final y la gente les miraban inclinados como vietnamitas segando el arroz. Alegrías y desbordante herraduras eran las circunstancias destacadas. Escarbaban con las puntas de sus navajitas y sacaban de entre el negro de la calle, las piezas metálicas fulgurantes como plata pulida. Ya en el final, los envases lucían pesados y repletos, el que más recolectó era el ganador. Luego la calle mostraba a todo lo largo de su lomo, las heridas recién brotadas como un cereal en ebullición.

sábado, 8 de junio de 2013

El día que don José Colls voló sobre Lares

Del libro Ciudadanos de Lares

Aseguró ambos brazos atados a las correas de debajo de las enormes alas. Su cuerpo aparentaba pequeño en medio de las gigantes aspas. Don José Colls, tenía curiosidad.
Con adustez de antiguedad trabajó las alas en el taller. Puestas al viento querían volar solas. Ahora ya estaba listo. Si trazáramos una cinta desde su frente hasta la cúpula de la iglesia, resultaría una horizontal de nivel exacto, pero entre frente e iglesia se perdía el abismo de un cañaveral. Después corría una zona de árboles y bambúas ya cerca del pueblo. Se lanzó con arrojo hacia el abismo. ya en el aire, empezó a sentirse liviano.
El viento lo azotaba impulsándolo hacia arriba. Estabilizaba las alas y extendía el cuerpo como si ejecutara un clavado olímpico. Fue deslizándose sobre el abismo casi al mismo nivel de su frente y la cúpula. Sentía el zumbido de viento en las orejas y la preocupación de que volaba alto. Su camisa se henchía de aire y el pantalón se pegaba a las piernas, sintiendo sobre su cuerpo, la presión del espacio. Según la fuerza del viento o el movimiento de las alas, subía o perdía altura. Ya había cruzado el cañaveral y pasaba ahora sobre la arboleda. Le dio tiempo de echar un vistazo sobre la techumbre de algunas casas y se percató de que la gente del pueblo seguían su vuelo. Cerca de la arboleda perdió altura velozmente y fue a caer zampado en los contornos del manantial de Santa Rosa en La Rambla. Una banda municipal cruzó precariamente un estrecho camino entre el cañaveral, el pueblo seguía enardecido los acordes. Le encontraron con las alas quebradas y deshechas, con una sonrisa entre la hojarasca.

Samuel Reyes

Del libro Ciudadanos de Lares :

Samuel Reyes,
una teja
en el imbricado de Lares.
Así como se fue construyendo
el pueblo,
y nacieron los ascendientes
autóctonos y aparecieron los matices,
los hábitos, los ungidos colores,
los verdes y el frescor de los ríos
y la gente vieja y las nuevas generaciones.

Samuel Reyes recogía en su espíritu
las esencias del pueblo.
Su pensamiento recrea las perennes
imágenes,
y figuran casas, calles y voces.
En ese pueblo se fue forjando
desde su niñez,
una depurada actitud
para el deporte.

Samuel Reyes, que duplicaba
su vivencia frente al rumor del mar
y, respiraba aire con olores de gaviotas
y, divisaba los elevados hoteles
del Condado,
reclinado sobre las balandras
de su balcón cerca de las nubes.

Acostumbraba recorrer países
en sus viajes de negocios.
Se confortaba en la alegría
de las grandes ciudades
y entre las fastuosas lumbres
o frente a la fuente de aguas saltarinas,
retrotraía su pensamiento
a las imágenes del pueblito medieval.

Solía escuchar, decía,
el tañir de las vetustas campanas
y le asaltaba a su oído
el antiguo pregón
de Juanito : " De bollito el pan ".

Samuel Reyes,
en la tarde cae la nostalgia
y el rumor de Lares
caía entre su espíritu.